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domingo, noviembre 6

Testamento Espiritual

Morón, 17 de octubre, San Ignacio de Antioquía, de 1987

En pleno uso de razón y ante Dios Nuestro Señor, en cuya misericordia me abandono, hago este testamento espiritual.
Los años de mi episcopado moronense me han hecho querer y admirar la obra de mi predecesor y primer Obispo de Morón, Mons. Miguel Raspanti.
Difícil era continuar su obra y en ese empeño he puesto mis fuerzas, pequeñas para tan ardua tarea.
Agradezco a Dios de todo corazón, tantas gracias: El Bautismo, la Eucaristía, el Sacerdocio y luego su plenitud, el Episcopado.
Agradezco a la Iglesia "Ella es más alta que los cielos y más dilatada que la tierra. Su juventud es eterna. La Iglesia no envejece. No te separes nunca de la Iglesia, ningún poder tiene su fuerza. La Iglesia es mi esperanza, ella es mi salud, ella es mi refugio".
Repitiendo las palabras de un Padre de la Iglesia reitero mi amor a ella hasta mi último aliento.
Agradezco a mis hermanos Obispos, especialmente aquellos con los que colaboré, Mons. Aguirre en primer término, quien fue padre y maestro.
A quien fuera para mí Obispo Auxiliar, Mons. Carlos Galán, amigo fiel y celoso colaborador, hoy Arzobispo de La Plata.
A Mons. Jorge Casaretto, mi amigo del alma, a quien tanto debo y que siempre fue para mí, hermano, modelo sacerdotal y sin duda el hombre más fiel que he conocido. A él nombro albacea junto con Santiago Olivera.
Agradezco a todo el clero de San Isidro, San Nicolás y sobre todo, al de Morón, por su celo apostólico, su pobreza y su consagración sincera al servicio de Dios y de los hombres.
A los Seminaristas, lo mejor de mi corazón de pastor.
Párrafo aparte, merecen los sacerdotes que han compartido mi casa y han sufrido y gozado con mis cruces y alegrías: José María Recondo, hijo dilecto; Santiago Olivera, servicial, entregado y modelo sacerdotal.
A los laicos todos, mi agradecimiento por sus esfuerzos apostólicos y sus trabajos en pro de la unidad.
A los religiosos y religiosas, por su ejemplo de entrega humilde y evangélica a los que tienen menos.
Luego de agradecer muy de veras, pido perdón por tantos pecados e infidelidades a la Gracia, por mi mal carácter, por no haber sido ejemplo de vida y por tantas cosas que harían muy largas estas líneas. Recuerdo con el Concilio de Cartago y hago mías "que el hombre de suyo es sólo mentira y pecado".
Pido a todos una oración por mi alma.
Quiera el Dios de las misericordias y su Madre Santísima en su título de la "Purísima Concepción del Buen Viaje y Balbanera", "refugio de los pecadores", acogerme en el Reino, como Señor Supremo el primero y como poderosa intercesora, la Virgen, mi Madre.
Justo Oscar Laguna
Obispo de Morón.

Reitero todo lo dicho. Buenos Aires 14 de febrero de 2007.
Justo Oscar Laguna
Obispo de Morón.

2 comentarios:

Alfredo dijo...

Bueno,pude conocer a Monseñor Laguna personalmente estos ultimos años en la Parroquia del Salvador,en Callao y Tucuman.
Iba a confesarme y terminaba siendo una charla muy amable con el,y con el tiempo de mas confianza y afecto.
La ultima vez que lo vi hace poco tiempo me conto de sus problemas personales y me pidio que rece por el.
Sali muy conmovido.
Conocia su historia con sus luces y sombras pero me enfocaba en su persona,en su disponiblidad para confesar,sacarse fotos con mucha incomodidad y protestas que me hacia en privado de la gente que pasaba por alli y queria fotografiarse con un cura famoso...
Me queda de el lo mejor,el trato personal con un siervo al servicio de su Iglesia por amor.
Es lo que vi en el.

Un abrazo para todos:

Alfredo

Graciela dijo...

Humildemente me atrevo a comentar que en mi adolescencia y juventud...vi a Monseñor Laguna como un obispo preocupado por los pobres...y ocupado en ellos....y apesar de la distancia en el espacio fue para los jóvenes de nuestra diócesis un Faro por el que Guiarnos....
Que gran Regalo de Dios....Santos Hombres que Marcaron nuestro camino...
Bendiciones. Abrazo en Ella.Graciela

Movimiento Soledad Mariana

"Soledad Mariana" es un Movimiento de espiritualidad mariana y contemplativa, fundado en la Argentina en 1973, por el monje trapense Bernardo Olivera, actual Abad del Monasterio Nuestra Señora de los Ángeles de Azul, provincia de Buenos Aires.