Páginas

lunes, marzo 26

La ANUNCIACION del SEÑOR

Querido Hermanos.

Hoy, nuestra Madre Iglesia nos invita a meditar la Anunciación del Señor, relato evangélico central, junto con la Visitación, de nuestra espiritualidad Mariana y Contemplativa.
Unámonos en eta Fiesta, en la oración inspirada por las palabras de nuestro querido P. Bernardo Olivera.
Que sea María, la Llena de Gracia, quien guie nuestro corazón en su Soledad y su Solidaridad. "Cara a cara con Dios hasta..." y "en Dios para con los hombres..."


Muy querido todos en Soledad Mariana:
       Hace algunas semanas que han concluido las vacaciones, ya estarán todos nuevamente en sus trabajos. Una vez más me pongo a escribirles. Le pido al Espíritu Santo que todo lo que diga y haga sea en María y como ella, a fin de que todos seamos más y más para Cristo.
       El primer ciclo de cartas que les envié estaba en la línea de la iniciación; el segundo continuaba el primero y motivaba a la perseverancia; este tercer ciclo que aquí iniciamos reclama una mayor determinación.
       Sabemos que uno de los aspectos constitutivos de la espiritualidad mariana es la presencia de María –Madre y Mediadora– como modelo perfecto de vida cristiana. Modelo que, por el mismo hecho de engendrar y mediar, invita y atrae efectivamente a la imitación.
       Sabemos también que no hay genuina devoción a María sin la imitación de las virtudes evangélicas que ella nos enseña con su ejemplo. La doctrina del magisterio, sobre este particular, no deja resquicios a la duda.
"Ni la gracia del divino Redentor, ni la intervención poderosa de su Madre y Madre espiritual de todos nosotros, ni su santidad excelsa nos podrán conducir al puerto de salvación si no correspondemos a todo esto con nuestra voluntad constante de honrar a Jesucristo y a la Virgen Madre de Dios mediante la imitación devota de las virtudes que ambos pusieron en evidencia" (Pablo VI, Signum magnum, I:1, cf. Lumen gentium, 67).
       En más de una oportunidad, durante los años precedentes, nuestra Madre se nos presentó como modelo de: oración, humildad, pobreza, compromiso, trabajo, castidad, virginidad, consagración, vida matrimonial y familiar... Y tengo por cierto que se nos volverá a presentar para mostrarnos otras virtudes y valores cristianos.
       Con anterioridad, ella misma nos había dicho: "Yo soy... modelo vivo y perfecto que invito a la fe, caridad y comunión con Dios". Y cuando yo les pregunté a ustedes: "¿de qué nos es modelo y hacia dónde nos atrae María?", recuerdo que la respuesta fue unánime y espontánea: ¡modelo de contemplación en su soledad solidaria!
       En fin, si queremos vivir como ella hemos de seguir sus pasos. No podemos llevar una vida cristiana marianizada si no vivimos como vivía y vive María. Más todavía: ¡no podríamos ni vivir una vida cristiana! ¿Por qué? Pues ella es la "primera y más perfecta discípula de Cristo", que nos precedió y precede en la peregrinación de la fe (Pablo VI, Marialis cultus, 35; cf. Lumen gentium, 58, 62-63).
(...)
El relato de la anunciación del evangelio según san Lucas (1:26-38) no pretende narrar sin más la experiencia interior de María en el momento de la encarnación. Supuesta esta experiencia, las confidencias de María al respecto, los recuerdos de la comunidad y la enseñanza apostólica, (…)
… Lucas nos comunica una doble revelación sobre la persona y misión de Jesús y de la Virgen María. Y nos cuenta, al mismo tiempo, a quién, en qué y cómo creyó María.
      
La experiencia interior de la Virgen se nos hace inteligible mediante un diálogo con el enviado de Dios (Cf. Dan. 9:20-27). Este la invita a la alegría y la saluda con un par de títulos que impactan a María y le hacen reflexionar sobre su sentido: "Se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (1:29-30). He aquí el saludo, los títulos y el fruto de la reflexión.
     Alégrate (en griego, jáire): saludo escatológico o propio de la plenitud y fin de los tiempos, saludo que María recibe, siendo invitada a cooperar en su realización (Cf. Sof. 3:14; Zac. 9:9; Joel. 2:21).
     Llena de gracia (kejaritoméne): nombre nuevo y acorde a una nueva realidad, cuya traducción literal sería: la que ha sido, sigue y seguirá siendo plenamente favorecida por Dios (Cf. 1:30; Ef. 1:3-6).
     El señor es contigo: y seguirá estándolo en la misión particular que le confía en favor de su pueblo (Cf. Gn. 28:15; 31:3; Ex. 3:12; Dt. 31:23; Jos. 1:9; Juec. 6:12; Is. 41:10; Jer. 1:8, 19; 15:20).
       En definitiva, Dios le está diciendo a María: alégrate, agraciadísima, ha llegado el momento de obrar; no temas, has hallado favor a mis ojos; quisiera que me ayudaras en una misión extraordinaria.
       Dios le revela a María el misterio de ella misma. La invita a autocomprenderse en relación con El de una nueva forma. La fe de María se abre a la revelación de lo que Dios ha obrado y obrará en ella y por ella.

       Ante lo que antecede no puedo dejar de preguntarme a mí mismo: ¿creo que hemos sido elegidos y agraciados en el Amado para ser hijos adoptivos del Padre y alabanza de su gloria?

       El mensajero, a continuación, tranquiliza a la Virgen: "No temas, porque has hallado gracia delante de Dios" (1:30), y le expone el sentido de su misión: "Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús" (1:31). Y este niño, llamado "Yahvéh salva", será además (1:32-33):
     Grande: en sentido absoluto, al igual que Dios (Cf. Sal. 48:2, 76:2; 86:10; 96:4; comparar con Lc. 1:15).
     Hijo del Altísimo: relacionado peculiarmente con Dios (Cf. Gn. 14:18; Dan. 4:14; Lc. 1:76; 6:35; 8:28; Hech. 7:48; 16:17).
     Rey eterno: en la línea del rey David (Cf. II Sam. 7:12-16; I Cr. 7:11-14; Is. 9:5-6).
      
       Ante esta invitación a la maternidad mesiánica, María pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (1:34). Las palabras de María parecen denotar un estado en el cual intenta permanecer; como si un abstemio dijera: no bebo. En este sentido podríamos hablar de un propósito. Pero las palabras de la Virgen no aclaran cómo llegó a esta decisión, en qué forma la explicitó, ni cómo conciliaría su virginidad con su desposorio con José.
       La pregunta demuestra, además, sensatez; la fe también pregunta y busca: un fácil y rápido asentimiento podría denotar indiscreción y que no se ha tomado la revelación en toda su hondura y seriedad.
       La respuesta del mensajero celestial explica el cómo de la concepción y las consecuencias de esto en relación con el niño que va a nacer (1:35). El Espíritu Santo, el poder del Altísimo, la potencia creadora de Dios que es origen de nueva vida (Cf. Is. 32:5; Hech. 1:8) vendrá sobre María y la cubrirá con su sombra, tal como la Nube (signo de la presencia divina) cubrió en otro tiempo la Tienda del encuentro y la Gloria de Yaveh (automanifestación irradiante de Dios) llenó la Morada (ex. 40:34-35). Por eso el niño será:
     Santo: en sentido absoluto, según el modo de Dios (Cf. Lv. 19:2; Sal. 71:22; 89:19; 99:5).
     Hijo de Dios: en sentido equivalente a la Gloria de Dios, es decir, unido a Dios desde lo más profundo de su ser (Cf. Lc. 3:22; 9:34-35; 22:69-70).
      
       La misión de María toca íntimamente a su persona, pues pasa por su maternidad; pero engendrará virginalmente; y su hijo será trascendente, afín a la divinidad. Ningún encuentro con Dios ha sido tan inmediato y directo como el de María creyente. Engendró a Dios por la fe.
       Dios corre un velo sobre el misterio de la encarnación ante los ojos fieles y enamorados de la Virgen Madre. Ese día María entendió mucho, pero no todo: lo necesario para comprometerse a sabiendas y queriendo. Conoció en la fe, lo cual implica obscuridad y necesidad de progreso. Conoció también con ese conocimiento intuitivo con que conoce toda madre en gestación: el hijo, ya desde el seno, le enseña vitalmente a su madre quién es ella y quién es él...
       Dios reveló su mensaje con categorías comprensibles para María: el lenguaje de la tradición bíblica de su pueblo. O de otra manera, María interpretó el sentido de su experiencia gracias a su conocimiento de las tradiciones religiosas de Israel.
       Sea como sea, el día de la anunciación María fue introducida en la "radical novedad de la auto-revelación de Dios y ha tomado conciencia del misterio", tal como esos pequeños a quienes el Padre no les oculta el misterio de su Hijo (Redemptoris mater, 7).

       Un par de preguntas se me imponen: ¿soy pequeño?, ¿creo en el Hijo de Dios hecho hombre en el seno de María virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo?

       La experiencia espiritual de María, elaborada por Lucas en fidelidad a sus fuentes, concluye con estas palabras de respuesta: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (1:38). María da así su consentimiento personal a la maternidad trascendente propuesta. Este consentimiento es un acto de fe incomparable (Cf. 1:45). Ninguna historia de vocación precedente concluyó con una afirmación tan rotunda y absoluta.
       Habiendo recibido de Dios un nombre nuevo, Llena de gracia, María se confiesa ahora: Esclava del Señor. Se reconoce servidora y, en condición de tal, está dispuesta a colaborar con el Señor en la gesta salvadora. Se alinea así, coronándola, en la larga serie de siervos con quienes el Espíritu potenció hacia adelante la historia de la salvación (Cf. Ex. 14:31; Sal. 18:1; 89:4,21; 105:42; Is. 42:1).
       La autodenominación de esclava puede también hacer referencia a la esclava-esposa; es decir, situaría la respuesta de María en un ámbito matrimonial (Cf. Rut. 3:9; I Sam. 25:41). María acepta ser madre del hijo que nacerá por obra y gracia esponsal del Espíritu. Además, si tenemos en cuenta que el desposorio o contrato matrimonial entre los hebreos constituía ya al novio en Señor de su prometida (Cf. I Ped. 3:6), podemos también decir que el consentimiento de María implicaba una confianza total en José: éste comprendería y aceptaría lo sucedido. Su maternidad no contradirá su virginidad, ni la separará de su prometido, pues "nada es imposible para Dios" (1:37), y todo es posible para el que cree (Mc. 9:23).
       El enviado de Dios había invitado a nuestra Virgen a alegrarse. La respuesta de María manifiesta un gozo profundo y desbordante: ¡hágase! En efecto, el modo verbal utilizado por Lucas, optativo desiderativo, al referirse a un deseo posible, su cumplimiento es causa de gozo (Cf. 20:16). Por consiguiente, el "hágase" de la Virgen podría traducirse así: ¡Oh, sí, qué gran alegría! ¡Que se haga en mí lo que has dicho! La invitación del mensajero encontró pronto eco en la Llena de gracia: la fe es fuente de alegría y gozo.
       En este "hágase", fiel y gozoso, encuentra también su plenitud la respuesta de fe del pueblo elegido a la alianza pactada con Dios: "¡Haremos todo cuanto Yahvéh nos ha dicho!" (Ex. 19:8; 24:3, 7; cf. Jos. 24:24; Esd. 10:12; Neh. 5:12; I Mac. 13:9).
       María, mediante su fe, dio el salto más prodigioso que se haya dado jamás: pasó de la antigua a la nueva alianza entre Dios y los hombres. Gracias a esta fe, Dios obró y mostró su Gloria en la encarnación de su Hijo (Cf. Jn. 2:5, 11).
       A continuación, Lucas nos cuenta que María partió con presteza hacia una ciudad de Judea para visitar y ayudar a su pariente Isabel, que estaba en su sexto mes de embarazo (1:36,39-40). La fe no sólo conoce, sino que también obra por el amor.
       Isabel, llena de gozo y del Espíritu, la bendijo, se maravilló de la visita de la madre del Señor, y gritó: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (1:42-45).
       Las palabras de Isabel confirman a María en su fe. María es bendita, es decir: está en particular comunión con Dios y participa de su plan de salvación. La bendición proferida por Isabel está inspirada en la conocida bendición de la heroína Judit (13:18-19). Pero hay un cambio significativo: el Señor Dios de la bendición de Judit queda substituido por Jesús en la bendición de María. El mensaje es claro: Jesús, fruto del seno de María, es el Señor Dios. María es la madre del Señor.
      
       (Texto extraído de la Ejercitación XXV "María Modelo" – Siguiendo a Jesus en María)

Movimiento Soledad Mariana

"Soledad Mariana" es un Movimiento de espiritualidad mariana y contemplativa, fundado en la Argentina en 1973, por el monje trapense Bernardo Olivera, actual Abad del Monasterio Nuestra Señora de los Ángeles de Azul, provincia de Buenos Aires.