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domingo, septiembre 8

Unidos al clamor del Papa Francisco por la Paz Mundial



Palabras del Santo Padre FRANCISCO
antes del rezo del Ángelus hoy 
Fiesta de la 
Natividad de la Virgen María: 

Queridos hermanos y hermanas,

En el Evangelio de hoy, Jesús insiste en las condiciones para ser sus discípulos: no anteponer nada al amor por Él, llevar la propia cruz y seguirlo. Mucha gente, de hecho, se acercaba a Jesús, quería estar entre sus seguidores; esto sucedía especialmente después de alguna señal prodigiosa, que lo acreditaba como el Mesías, el Rey de Israel. Pero Jesús no quiere ilusionar a nadie. Él sabe muy bien lo que le espera en Jerusalén, cuál es el camino que el Padre le pide recorrer: es el camino de la cruz, del sacrificio de sí mismo por el perdón de nuestros pecados.
¡Seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal! Significa compartir su amor misericordioso, entrar en su gran obra de misericordia hacia cada hombre y hacia todos los hombres. ¡La obra de Jesús es precisamente una obra de misericordia, de perdón, de amor! ¡Es tan misericordioso Jesús! Y este perdón universal pasa por la cruz. Pero Jesús no quiere cumplir esta obra solo: nos quiere involucrar también a nosotros en la misión que el Padre le ha encomendado. Después de la resurrección, les dice a sus discípulos: ‘Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes... Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen’ (Jn 20, 21-22 ). El discípulo de Jesús renuncia a todos los bienes, porque ha encontrado en Él el Bien más grande, en el que cualquier otro bien recibe su pleno valor y significado: los lazos familiares, las otras relaciones, el trabajo, los bienes culturales y económicos y otros... El cristiano se desprende de todo y reencuentra todo en la lógica del Evangelio, la lógica del amor y el servicio.
Para explicar esta exigencia, Jesús usa dos parábolas: la de la torre que se debe construir y la del rey que va a la guerra. Esta segunda parábola dice: ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz’(Lc 14,31-32). Aquí Jesús no quiere afrontar el tema de la guerra, es sólo una parábola.
Pero en este momento en que estamos firmemente orando por la paz, esta Palabra del Señor nos toca en lo más vivo, y, esencialmente, nos dice: ¡hay una guerra más profunda que tenemos que luchar, todos! ¡Es la decisión firme y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y de escoger el bien, listos para pagar en persona: he aquí el seguimiento de Cristo, he aquí el tomar la propia cruz! Esta guerra profunda contra el mal... ¿de qué sirve hacer guerras, si tú no eres capaz de hacer esa guerra profunda contra el mal? ¡No sirve a nada! No va... Esto implica -entre otras cosas- decir NO al odio fratricida y a las mentiras de las que se sirve; decir NO a la violencia en todas sus formas; decir NO a la proliferación de armas y NO a su comercio ilegal. ¡Pero hay tanto! ¡Pero hay tanto! Y siempre queda la duda: esa guerra de allá, esta otra, porque en todas partes hay guerras ¿es verdaderamente una guerra por problemas o una guerra comercial para vender estas armas en el comercio ilegal? Éstos son los enemigos que hay que combatir unidos y con coherencia, no siguiendo intereses, que no sean los de la paz y el bien común.

Queridos hermanos y hermanas, hoy recordamos también la Natividad de la Virgen María, la fiesta particularmente querida para las Iglesias Orientales. Y todos nosotros podemos enviar un lindo saludo a todos los hermanos, hermanas, obispos, monjes y monjas de la Iglesias Orientales, ortodoxas y católicas: ¡un lindo saludo!... Jesús es el sol, María es la aurora que preanuncia su salida. Anoche velamos encomendando a su intercesión nuestra oración por la paz en el mundo, especialmente en Siria y en todo Oriente Medio. La invocamos ahora como Reina de la Paz. ¡Reina de la Paz ruega por nosotros! ¡Reina de la Paz ruega por nosotros!



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Jornada de Oración y Ayuno 
Junto al Papa Francisco el Mundo Reza por la Paz
María: “Reina de la Paz, ruega por nosotros"





Finalizado el rezo del rosario, el Santo Padre ha pronunciado la siguiente homilía:

Y vio Dios que era bueno”. El relato bíblico de los orígenes del mundo y de la humanidad nos dice que Dios mira la creación, casi como contemplándola, y dice una y otra vez: Es buena. Nos introduce así en el corazón de Dios y, de su interior, recibimos este mensaje. Podemos preguntarnos: ¿Qué significado tienen estas palabras? ¿Qué nos dicen a ti, a mí, a todos nosotros?”

Nos dicen simplemente que nuestro mundo, en el corazón y en la mente de Dios, es “casa de armonía y de paz” y un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto y sentirse “en casa”, porque “es bueno”. Toda la creación forma un conjunto armonioso, bueno, pero sobre todo los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, forman una sola familia, en la que las relaciones están marcadas por una fraternidad real y no sólo de palabra: el otro y la otra son el hermano y la hermana que hemos de amar, y la relación con Dios, que es amor, fidelidad, bondad, se refleja en todas las relaciones humanas y confiere armonía a toda la creación. El mundo de Dios es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos. Esta noche, en la reflexión, con el ayuno, en la oración, cada uno de nosotros, todos, pensemos en lo más profundo de nosotros mismos: ¿No es ése el mundo que yo deseo? ¿No es ése el mundo que todos llevamos dentro del corazón? El mundo que queremos ¿no es un mundo de armonía y de paz, dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, en las familias, en las ciudades, en y entre las naciones? Y la verdadera libertad para elegir el camino a seguir en este mundo ¿no es precisamente aquella que está orientada al bien de todos y guiada por el amor?”

Pero preguntémonos ahora: ¿Es ése el mundo en el que vivimos? La creación conserva su belleza que nos llena de estupor, sigue siendo una obra buena. Pero también hay “violencia, división, rivalidad, guerra”. Esto se produce cuando el hombre, vértice de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y de bondad, y se cierra en su propio egoísmo”.

Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento. Eso es exactamente lo que quiere hacernos comprender el pasaje del Génesis en el que se narra el pecado del ser humano: El hombre entra en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo tiene miedo de la mirada de Dios; acusa a la mujer, que es carne de su carne; rompe la armonía con la creación, llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo. ¿Podemos decir que de la “armonía” se pasa a la “desarmonía”? No, no existe la “desarmonía”: o hay armonía o se cae en el caos, donde hay violencia, rivalidad, enfrentamiento, miedo”.

Precisamente en medio de este caos, Dios pregunta a la conciencia del hombre: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”. Y Caín responde: “No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?” Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se pierde la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano. También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen sólo muerte, hablan de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte”.

"Tras el caos del Diluvio, dejó de llover, apareció el arcoiris y la paloma trajo un ramo de olivo. Pienso también hoy en aquel olivo que los representantes de las diferentes religiones plantamos en Buenos Aires, en la Plaza de Mayo, en el año 2000, pidiendo que no haya más caos, pidiendo que no haya más guerra, pidiendo paz".

En estas circunstancias, me pregunto: ¿Es posible seguir el camino de la paz? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y de muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder: Sí, es posible para todos. Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra gritásemos: Sí, es posible para todos. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos. Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor, esta noche, que nosotros cristianos, los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: Sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI: “Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!”. "La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad”. Perdón, diálogo, reconciliación son las palabras de la paz: en la amada nación siria, en Oriente Medio, en todo el mundo. Recemos por la reconciliación y por la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz. Amén”.


Movimiento Soledad Mariana

"Soledad Mariana" es un Movimiento de espiritualidad mariana y contemplativa, fundado en la Argentina en 1973, por el monje trapense Bernardo Olivera, actual Abad del Monasterio Nuestra Señora de los Ángeles de Azul, provincia de Buenos Aires.