Páginas

domingo, julio 25

"Jesucristo, Señor de la Historia", por P. Patricio Ocampo

Region Salta, nos comparte la charla que diera el Padre Patricio Ocampo, en la Jornada de Oración que realizó Soledad Mariana en la Parroquia de San Lorenzo, Salta, el 5 de junio pasado.


“JESUCRISTO SEÑOR DE LA HISTORIA”

La charla de hoy(*) es sobre Jesucristo y por eso qué mejor que pedirle a la Virgen que es “crística” y seguir su pedido: “Hagan lo que Él les dice”. No dice: “Escuchen lo que Él dice” sino: “Hagan lo que Él les dice”, interpretando que Dios es palabra viva y por lo mismo ella desde su obediencia en la fe pudo hacerla carne porque es palabra viva, entonces que nos ayude a que esta palabra “Jesucristo” pueda gestarse, encarnarse y nos cristifique, esta es la petición a la Virgen.

Esta charla fundamentalmente, más allá de la meditación que podamos hacer cada uno, tiene como finalidad que podamos ahondar en el misterio de Cristo, sobretodo vivido como Él lo quiere presentar que es su encarnación.

Sobre Jesucristo, podríamos pensar que el epílogo, podría ser lo que Juan nos comenta en el Cáp. XXI y XXIV, al finalizar el Evangelio, en la conclusión dice: “Jesús hizo también muchas otras cosas y si se las relatara detalladamente pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros los libros que se escribirían”. Obviamente, el Evangelio nos entrega todo lo que Jesús quería decir, nada sobra y nada falta pero al decir que no cabrían todos los libros en el espacio de la tierra, significa que Cristo sigue siendo un misterio, un misterio para el corazón deseante que habrá de buscarlo en el amor siempre, por eso no se agota.

Si hablamos de Jesucristo tendríamos que darnos cuenta de que existe en Él una materia prima, digamos así, que es su presupuesto de pre-existente, como Verbo anterior a Jesucristo es el Verbo, la palabra eterna. Y así, Jesucristo se combina desde el momento que, en eso que los teólogos han definido como la unión hipostática, el Verbo asume la naturaleza humana y allí sí, tenemos a Jesucristo. Dios y hombre que es, diríamos así, la resultante de dos voluntades: la divina y la humana, porque ni siquiera Dios que se hace hombre, se hace hombre tan sólo por su propia voluntad. ¡Qué misterio éste! De alguna manera condiciona el misterio de la encarnación también a la concurrencia de una voluntad humana, en este caso de la Virgen, dos voluntades se encuentran: la divina y la humana para realizar el misterio de la encarnación. Y así como resultante Dios se hace Hombre y el Verbo se hace carne.

De alguna manera, todo lo que yo estoy diciendo es casi una aventura al misterio. Casi uno juega con la imaginación: ¿cómo Dios se desprende de la órbita divina para ingresar en el espacio creatural? Y así, se introduce en este espacio que digo, justamente espacio y tiempo, que son coordenadas totalmente terrenas creadas por el mismo Dios. Por un lado, decimos: “Para Dios nada es imposible”, lo formula el mismo Dios a través del ángel para que eso lo entendamos, que este es el principio por el cual todo es posible desde Dios. Y así, en la categoría del Todopoderoso, para Él todo es posible, vemos como el infinito de Dios se hace finito, como la eternidad de Dios se hace tiempo, como el increado se hace creado, y así podríamos seguir colocando por contraposición todo lo que hace al ser de Dios que se traslada al ser criatura, en este caso: hombre.

Se podría decir que la encarnación entonces es fruto de un acto del Todopoderoso, sí, estaríamos afirmando algo real, fue así porque Dios es todopoderoso y se hizo posible. Paradojalmente, el Todopoderoso se vuelve a la vereda de enfrente y en el extremo del anonadamiento. La encarnación es expresión así más acabada de la humildad de Dios, de cómo asume esta condición. Dejando su condición divina, como diría San Pablo, asume esta condición que es tan ajena a sí mismo, que está en la otra orilla. Así como afirmamos la omnipotencia, afirmamos el anonadamiento como por contraste. Podríamos decir entonces, que la encarnación es fruto de un acto de anonadamiento, pero ¿Cuál es la razón, digamos así, más verdadera? Porque lo otro son hechos posibles en Dios, ¿pero cuál es la razón para hacer posible el imposible? Lo encontramos en San Juan: “Tanto amó Dios al mundo”, esa es la explicación. Y es, yo diría, lo más difícil de entender, porque desde nuestro razonamiento pensar que un Dios para el que todo es posible, se haga hombre, y que el móvil sea el amor… el amor por el Hombre… esto lo define mucho mejor a Dios también. Dios es amor y como tal obra.

Dios deja su ámbito divino pero no renuncia al ser divino, por lo mismo la concepción virginal de María está hablando, más allá de una elección personal por parte de la Virgen, de su permanencia en ese estado, es muestra justamente de que es Dios quien se está encarnando y, como tal, permanece: Dios. Así tenemos ya, Jesús que es Dios hecho Hombre, el Verbo hecho carne y comienza así, a ser un ser histórico. Jesús comienza a ser histórico como hombre y los evangelios nos relatan, por lo mismo, un ser histórico y por eso pueden hablar de él, de sus hechos y palabras, pero la propuesta del Evangelio no es hacer historia ni hacer una biografía simplemente y presentar al Verbo hecho carne así, en su dimensión histórica. Este ser histórico se puede leer desde su temporalidad ya cuando María visita a Isabel e Isabel descubre su presencia todavía oculta que no se hace luz, sino que está oculta en su seno, dice: “bendito el fruto de tu vientre”, ya tiene tanta realidad histórica que es detectable, se hace presente. Después del suceso del nacimiento (Lc. 2, 6) donde se habla del alumbramiento y de que María lo envolvió en pañales: la concreción del Verbo hecho carne histórico, constatable, verificable que transita el devenir del hombre como cualquiera. Se reafirma muchas veces esta realidad concreta, ¿acaso no es el hijo del carpintero? … lo pueden ubicar…

Hasta ahora hablamos de alguna manera de lo que pasa con Dios en este encarnarse, donde entonces el invisible se hace visible, como pone San Pablo en Col. 1,15. Podríamos decir que la humanidad de Cristo es epifanía de Dios, el Dios invisible se manifiesta se hace visible en el misterio de la encarnación así en una naturaleza humana que reviste al Verbo. Curiosamente, cuando Dios crea al hombre dice: “lo hizo a su imagen y semejanza”, y por lo mismo ¿cuál es el hombre que Dios va a buscar para sí mismo? No puede ser otro que el mismo que Él creó y por eso el Verbo se hace a semejanza del hombre.

¿Cuál será el hombre en que el Verbo va a posesionarse? El hombre imagen y semejanza, el Adán primitivo original que no poseía pecado original. ¿Cómo va a asumir el Verbo a este hombre? ¿Cómo se va a asemejar?, justamente como un hombre sin pecado, por eso es concebido desde María Inmaculada. Pero a la vez, si Dios quiere asemejarse a este hombre, si la razón que lo traslada es el amor por el hombre caído y no por el hombre original, también habrá de comulgar con el ser pecador del hombre y por eso ahí el anonadamiento es mucho más extremo, porque todavía el hombre pecador para el ser de Dios es totalmente el otro extremo, así, decíamos al comienzo, los extremos del finito al infinito, del tiempo determinado… mucho más el Dios-amor es contrastado en el anonadamiento por su condición de haber asumido al hombre y al hombre pecador.

¿Qué es lo que ocurre ahora del otro lado, de parte del hombre? En primer lugar despertamos a esta cercanía de Dios con la gratitud de saber que Dios se ha asemejado a nosotros, que nuestra naturaleza es dignificada en plenitud porque nada más y nada menos que Dios se hace uno de nosotros, “tanto amó Dios al mundo”. Comenzamos a descubrir los alcances del amor. Esta cercanía, esta “projimidad” tan extrema, pone al descubierto el amor infinito que Dios nos tiene. Dios es así el nuevo Adán, Cristo es el nuevo Adán, Cristo es el hombre nuevo, son las categorías como San Pablo los define. (Rom. 5, 12)

Jesús dentro de su humanidad, obviamente quiere poner al descubierto su realidad oculta, pero la pone al descubierto no como una verdad conceptual, para que el hombre registre intelectualmente, sino como una verdad vivencial: Jesucristo no es para comprender sino para vivirlo en el amor, y esto es importantísimo.

Ahora vamos entendiendo mucho más también: “Tanto amo Dios al mundo” porque no le va a presentar al hombre una simple verdad sino la verdad es la persona misma que habrá de ser asimilada no desde el intelecto sino desde el corazón amante.

Jesús comienza a dar la epifanía de su ser de Dios y tantas veces va a repetir la expresión: “Yo soy, Yo soy” y este “Yo soy” envuelve la dimensión divina de Cristo y aun más, todas las expresiones donde dice “Yo soy el pan de vida, Yo soy la vid, Yo soy la luz”, va a estar diciendo: como “Yo soy” puedo llegar a ser la luz, la verdad, la vida, porque primero es “Yo soy”. Él, que posee la totalidad del ser, puede entonces plenificar esta expresión haciéndola mucho más verdadera: yo puedo ser verdad porque el “Yo soy” tiene el contenido de su ser.

Los hombres lo van detectando también por inspiración divina, san Pedro dirá cuando Jesús pregunta: “¿Y ustedes quien dicen que soy?”, “Tú eres el hijo de Dios”, está al alcance del hombre poder definir, poner a la luz o aceptar o creer en la divinidad de este hombre Jesús. Tomás, el incrédulo, se convierte en el primer creyente que define la divinidad en Cristo, la afirma: “Señor mío y Dios mío“. El centurión, paradojalmente cuando dicen que lo vio al Señor, todo lo humano en Cristo queda desaparecido, echado por tierra, es un ser in-desecho, es allí dónde dice: “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

Pero a su vez, la dimensión de la encarnación de este Dios tan prójimo, tan comprometido, no solamente por asumir en su propia persona la naturaleza humana, sino por haber trasladado su condición divina en un acto de encarnación a todos los hombres por amor. Esto se traduce: “cada vez que ustedes le den de beber un vaso de agua lo hacen conmigo”. Realmente Dios ama tanto que se ha trasladado al ser humano y este hombre es epifanía de Dios también cuando dice: “tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste”. Son las epifanías de Dios, la multiplicación de las encarnaciones de Dios, que se han hecho presentes en cada hombre, sobretodo en el más pequeño porque justamente lo que ha pasado con Dios fue trasladar en el anonadamiento extremo su condición divina a los más pequeños. Entonces diríamos que su mejor expresión está dada en los seres más débiles, más pobres, es como si se encontrase más identificado, mucho más definido el misterio de la encarnación. No sólo en eso, cuando se aparece a San Pablo, Pablo pregunta: “¿Quién eres?” - “Soy Jesús a quien tu persigues”, ha prolongado tanto su identidad, su encarnación a los hombres, a los cristianos cristificados que realmente a quienes persiguen es al mismo Cristo.

Por parte del hombre ante esta propuesta vital que nos hace Jesús, ¡qué maravilloso que nos llame así a entender que estamos tan comprometidos al misterio de encarnación porque es un misterio de amor, que Dios definitivamente se encarna para que nosotros nos hagamos Dios!. Así que es un ida y vuelta que se abajó para llevarnos, el misterio de la encarnación termina siendo para el hombre encarnar a Dios. Y esto también: “Tanto amó Dios al mundo” que le dio esta posibilidad de terminar en definitiva encarnando a Dios en la propia persona. San Pablo expresa esta experiencia maravillosa cuando dice: “Para mí la vida es Cristo, ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí”. Y esta experiencia es la que transmite San Pablo para que nosotros podamos vivir este misterio de la encarnación, de lo divino en lo humano y experimentemos lo que es el amor de Dios, en Filipenses también dice: “tengan los mismo sentimientos de Cristo Jesús…”

Para ampliar un poquito más cuál es el compromiso amoroso de la encarnación y cuál es el alcance de los efectos para el hombre, San Pablo en un montón de citas habla de con-morir con Cristo, con-vivir con Cristo, estar con-crucificados, con-figurados, con-glorificados y hasta qué punto es cierto, que esta simbiosis amorosa con Cristo, nos lleva a compartir todas las realidades con Cristo.

En definitiva, la encarnación es una acto de amor de Dios que nos hace comulgar enteramente con su ser, este ejemplo lo tenemos cuando Jesús nos habla de la vid y los sarmientos, permanecer vitalmente con Él. En el discurso de despedida, la vid y los sarmientos, (San Juan, capítulos XV y XVI) habla justamente de esto: comunión, permanencia, cómo entramos a participar en el misterio trinitario, comulgar con Él y con el Padre.

Frente a este misterio que nos desborda, por lo menos para asomarnos y tocarlo tangencialmente ¿qué significa el misterio de la encarnación?, yo les propondría un trabajo. No es un trabajo de psicólogos, sociólogos, antropólogos sino un trabajo del corazón para ponerse junto a Jesús y pensar que es el mismo Jesús de los Evangelios, es el mismísimo Jesús el que permanece con nosotros, en su Palabra, la Eucaristía, en tantas epifanías de los hermanos.

El trabajo sería así: voy a tratar de definir para mí mismo: ¿Cómo es Jesús?, ¿Cómo es su modo de ser?, ¿Cómo es su comportamiento con los hombres? ¿Cómo es con las mujeres? ¿Como es con los niños? ¿Cómo es con los enemigos? ¿Cómo es con el mundo y la naturaleza? ¿Cómo es frente al futuro? ¿Cómo es frente al pasado? ¿Cuáles son los contenidos principales de su mensaje? ¿Cuáles son los actos que mejor lo definen?

Podemos identificar estos interrogantes, para así meterse y meterse en la persona de Jesús no buscando definiciones, sino un acercamiento real del corazón. A mí me maravilla esto, fundamentalmente esto trasladado a la propia persona: pensar que Jesús vivía estas cosas que yo vivo, que Jesús se maravillaba ante las mismas cosas que yo me maravillo, Jesús también se duele y en el fondo la posibilidad de que yo me maraville o me duela, es porque Él amó primero.

P. Patricio Ocampo.
Región Salta

(*) Soledad Mariana - Jornada de Corpus Christi – San Lorenzo – Salta / Junio 2010

Movimiento Soledad Mariana

"Soledad Mariana" es un Movimiento de espiritualidad mariana y contemplativa, fundado en la Argentina en 1973, por el monje trapense Bernardo Olivera, actual Abad del Monasterio Nuestra Señora de los Ángeles de Azul, provincia de Buenos Aires.