Me detengo
un rato y reflexiono.
Hago memoria
de algo religioso e histórico a la vez.
Las visitas
de Juan Pablo II a la tierra mexicana.
Esa tierra
fue el primer destino de sus viajes por todo el mundo. Allí consagró a la
Virgen de Guadalupe su reciente pontificado, y consagró todas las familias de
América Latina a su Corazón Inmaculado.
¿Por qué me
detengo en este momento del pasado? Porque me lo dice el corazón.
Allí Juan
Pablo demostró su inmenso amor por el pueblo humilde y sus luchas, allí reveló
lo que hay en su corazón, su preocupación pastoral, y les dejó a sus hermanos
obispos en Puebla, una enseñanza sobre Cristo, la Iglesia y el hombre, qué aún
hoy son cimiento para el caminar de la Iglesia. Allí comenzó a brillar como
pastor y profeta.
Esta es mi
mirada. Ya desde hace tiempo que pienso en estos momentos que hicieron
historia.
Fue un paso
en la historia.
Juan Pablo
II tuvo su misión en la Iglesia. Hoy la tiene, con igual brillo, el papa
Francisco. En otro momento histórico y con otra misión para cumplir. Y otro
origen, esta vez la misma tierra de la Morenita, que fue la primer visita de
san Juan Pablo II. La tierra de Latino América, que por algo se le llama desde
hace tiempo el Continente de la Esperanza.
Es bueno
detenerse en la historia y reflexionar. Ver como Dios obra en ella,
salvándonos, dándonos su luz y guía.
En mi
corazón sacerdotal tengo dos fuentes de inspiración, que son una, y son los
pontificados de san Juan Pablo II y del papa Francisco.
Esta es mi inspiración
y mi esperanza.
Martín
(16-3-2017)