MARÍA, SU AMOR Y SU MIRADA
La mirada, al acercar y adentrar en nosotros el mundo que nos
rodea es, en parte, formadora y transformadora de nuestro ser más íntimo.
En algunas personas, elegidas y bendecidas por sus santidad y
pureza la mirada llama, atrae, es invitación y puerta a su paisaje interior, a
su cofre de dones y cualidades y nos insta a seguir su derrotero.
Hoy pedimos: “Madre, danos tu mirada…” . Qué hermosa y laudable es
esta súplica porque la mirada de María fue purificada y perfeccionada
minuciosamente por el Espíritu Santo y, desde ya, debería ser el deseo más
hondo de todo creyente en Cristo: el querer y esforzarse por poseer esa
mirada.
Sin embargo, antes de peticionar, para poder hacerlo con
responsabilidad y compromiso creo que deberíamos meditar y contemplar esa
mirada y “ver”
cuáles son los hechos, conductas, experiencias que modelaron y
ennoblecieron a María y que ella, hoy y siempre, dona y deposita en nuestra alma con y en su mirada. Vamos a repasarlas
sumariamente.
Dice el Evangelio. “María guardaba estas cosas en su corazón”...
Comencemos entonces por lo que nos narra Lucas. María, joven y
virgen, recibe la visita del Ángel Gabriel. Hay
asombro y algo de temor en su mirada, sin embargo, acoge temblorosa y agradecida
la elección cariñosa y bendita de Dios Padre, Aquél en quien ha depositado toda
su fe confiando en su Promesa. Con júbilo en sus ojos y en sus palabras, acepta
su designio y estalla en alabanza.
Meses más tarde, en una noche única, en humilde pesebre, su mirada
embellecida en lágrimas de alegría, recorre amorosamente palmo a palmo aquel
bebé, carne de su carne, engendrado en su ser por el Espíritu; su Jesús, como
lo nombrara el Ángel, el Dios que salva.
De ahí en más, su mirada tierna y vigilante fue siguiendo el
desarrollo de ese niño que “día a día crecía y se robustecía lleno de
sabiduría” y veía “que la gracia de Dios era sobre Él” (Lc. 2, 40)
La mirada de la madre fue acompañando al hijo en todo su
magisterio. Es ella la que observa la escasez de vino en la boda de Caná y lo
insta a hacer su primer milagro.
Son sus ojos y la atención puestos en su prédica y sus acciones lo
que la convierten en la mejor seguidora, compañera y discípula del Maestro.
Siempre a su lado, aún a la distancia, alentándolo con sus oraciones al
Altísimo y sus caricias de dulzura y sostén.
Su mirada fue aprendiendo el lenguaje y significado de las manos
que rubricaban en cada gesto cada una de las palabras de la Palabra hecha
hombre. Manos tiernas para con los niños y los débiles, sanadoras para los
enfermos, fraternas y salvíficas para con los pecadores. Manos levantadas
enérgicas y definitivas contra los que desvirtuaban y profanaban la Voluntad
del Padre Eterno.
Lo vio aclamado como rey y lo acompañó coronado de espinas.
Su mirada de madre, enturbiada por las lágrimas, siguió uno a uno
los pasos vacilantes de su Hijo sin pecado y que, voluntariamente, en forma de cruz, cargaba sobre sus
hombros los pecados de todos.
En el monte, su alma hubiese preferido no ver lo que veía. La
promesa cumplida del Dios de la Promesa, la carne de su carne y sus desvelos,
clavada en un madero. Castigo entre castigos, muerte ignominiosa, reservada a
sediciosos, ladrones y asesinos.
Y con el último soplo de vida , bajo la mirada
del Padre del Amor, el Amor entrecruza sus miradas.¡ Cuánta riqueza
encerrada en ese silencioso diálogo ! y, desde él, la voz de Jesús se deja oír
, le encomienda su último deseo: "Mujer, he ahí a tu hijo”, y a Juan “He ahí a
tu madre.” (Jn. 19, 26).
Al llegar las sombras, su dolida mirada ungió con lágrimas el
cuerpo lacerado y cubierto de sangre mientras lo sostenía dulcemente sobre su
regazo.
Esa dolida mirada dejaba trasuntar, sin embargo, su fe y su
esperanza. Fe premiada; Esperanza coronada en la Resurrección.
Tiempo después nos encontramos ante la mirada profunda de María
orando con los discípulos en el Cenáculo y luego con la mirada jubilosa de
María en el momento de la efusión del Espíritu Santo.
Desde entonces la mirada de María convoca a creer en
Su Hijo Jesús, Dios que salva; Jesús, el Cristo, el Mesías, el Redentor.
“Encontremos la mirada de María, porque allí está el reflejo de la
mirada del Padre que la hace Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz,
que la hace Madre nuestra. Y con aquella mirada hoy María nos mira.”(Papa
Francisco)
La mirada de María… María que no quiere que nos detengamos junto a
ella, sino que “con ella” vayamos al encuentro de Jesús y permanezcamos en el
corazón de su hijo bien amado.
MARÍA que nos guía y exhorta a ser fieles testigos y portavoces de
las enseñanzas y conducta de Aquél que nos dice: “MI MANDAMIENTO ES
QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS, ASÍ COMO YO OS HE AMADO”.(Jn.15,12).
En el nombre de Jesús, para Gloria de Dios Padre y pidiendo la
asistencia del Espíritu Santo, tomemos la mano de María y caminemos con ella pidiéndole: “MADRE, DANOS TU MIRADA
PARA VIVIR COMO HERMANOS.”
María de las Mercedes.-
Chascomús,1/10/2016
Chascomús,1/10/2016