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lunes, octubre 10

¡Pidámole volver siempre a Jesús!

Homilía del Santo Padre en la Misa del Jubileo Mariano (9-10-16)


El Evangelio de este domingo (cf. Lc 17,11-19) nos invita a reconocer con admiración y gratitud los dones de Dios. En el camino que lo lleva a la muerte y a la resurrección, Jesús encuentra a diez leprosos que salen a su encuentro, se paran a lo lejos y expresan a gritos su desgracia ante aquel hombre, en el que su fe ha intuido un posible salvador: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros» (v. 13). Están enfermos y buscan a alguien que los cure. Jesús les responde y les indica que vayan a presentarse a los sacerdotes que, según la Ley, tenían la misión de constatar una eventual curación. De este modo, no se limita a hacer una promesa, sino que pone a prueba su fe. De hecho, en ese momento ninguno de los diez ha sido curado todavía. Recobran la salud mientras van de camino, después de haber obedecido a la palabra de Jesús. Entonces, llenos de alegría, se presentan a los sacerdotes, y luego cada uno se irá por su propio camino, olvidándose del Donador, es decir del Padre, que los ha curado a través de Jesús, su Hijo hecho hombre.

Sólo uno es la excepción: un samaritano, un extranjero que vive en las fronteras del pueblo elegido, casi un pagano. Este hombre no se conforma con haber obtenido la salud a través de propia fe, sino que hace que su curación sea plena, regresando para manifestar su gratitud por el don recibido, reconociendo que Jesús es el verdadero Sacerdote que, después de haberlo levantado y salvado, puede ponerlo en camino y recibirlo entre sus discípulos.

Nos podemos preguntar: ¿Somos capaces de saber decir gracias? ¿Cuántas veces nos decimos gracias en familia, en la comunidad, en la Iglesia? ¿Cuántas veces damos gracias a quien nos ayuda, a quien está cerca de nosotros, a quien nos acompaña en la vida? Con frecuencia damos todo por descontado. Y lo mismo hacemos también con Dios. Es fácil ir al Señor para pedirle algo, pero regresar a darle las gracias… Por eso Jesús remarca con fuerza la negligencia de los nueve leprosos desagradecidos: «¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» (Lc 17,17-18).

En esta jornada jubilar se nos propone un modelo, más aún, el modelo que debemos contemplar: María, nuestra Madre. Ella, después de haber recibido el anuncio del Ángel, dejó que brotara de su corazón un himno de alabanza y acción de gracias a Dios: «Proclama mi alma la grandeza del Señor…». Pidamos a la Virgen que nos ayude a comprender que todo es don de Dios, y a saber agradecer: entonces nuestra alegría será plena.

Para saber agradecer se necesita también la humildad. En la primera lectura hemos escuchado el episodio singular de Naamán, comandante del ejército del rey de Aram (cf. 2 R 5,14- 17). Enfermo de lepra, acepta la sugerencia de una pobre esclava y se encomienda a los cuidados del profeta Eliseo para curarse, que para él es un enemigo. Sin embargo, Naamán está dispuesto a humillarse. Y Eliseo no pretende nada de él, sólo le ordena que se sumerja en las aguas del río Jordán. Esa indicación desconcierta a Naamán, más aún, lo decepciona: ¿Puede ser realmente Dios uno que pide cosas tan insignificantes? Quisiera irse, pero después acepta bañarse en el Jordán, e inmediatamente se curó.

El corazón de María, más que ningún otro, es un corazón humilde y capaz de acoger los dones de Dios. Y Dios, para hacerse hombre, la eligió precisamente a ella, a una simple joven de Nazaret, que no vivía en los palacios del poder y de la riqueza, que no había hecho obras extraordinarias. Preguntémonos si estamos dispuestos a recibir los dones de Dios o si, por el contrario, preferimos encerrarnos en las seguridades materiales, en las seguridades intelectuales, en las seguridades de nuestros proyectos.

Es significativo que Naamán y el samaritano sean dos extranjeros. Cuántos extranjeros, e incluso personas de otras religiones, nos dan ejemplo de valores que nosotros a veces olvidamos o descuidamos. El que vive a nuestro lado, tal vez despreciado y discriminado por ser extranjero, puede en cambio enseñarnos cómo avanzar por el camino que el Señor quiere. También la Madre de Dios, con su esposo José, experimentó el estar lejos de su tierra. También ella fue extranjera en Egipto durante un largo tiempo, lejos de parientes y amigos. Su fe, sin embargo, fue capaz de superar las dificultades. Aferrémonos fuertemente a esta fe sencilla de la Santa Madre de Dios; pidámosle que nos enseñe a regresar siempre a Jesús y a darle gracias por los innumerables beneficios de su misericordia.+ 

Pescando, por Marcelo Serantes



Y, a veces nos pasan cosas…

 La invitación había llegado a Soledad Mariana: participar en una carpa de bautismo, en la intersección de las ruta 6 y 7, en la peregrinación a Lujan.
 Llamativo, novedoso … me motivó.

 A Bea le coincidía con su encuentro esperado de colegialas cada diez años… partí solo.

 Sábado de 17 a 20 era mi turno solicitado. Al llegar, cruzo como puedo, y al son de una música familiar llego a la carpa. Eran cuatro los que se estaban bautizando. Un obispo joven iluminaba con la Palabra.  María y Malena Nougues animaban con  sus guitarras… Hay una unción…Esta es la luz de Cristo…los vivas y aplausos …hicieron que mi llegada fuera más que fraterna ... No había mucho más. En la carpa vecina voluntarios inscribían y dotaban de escritos a los bautizables. Convocaban por un parlante y algunos repartían invitaciones en medio de la calle…

 Luego de los saludos, pensé que lo mejor era alejarme de la carpa, caminar contracorriente unos 300 metros e invitar desde allí. Me daría tiempo, en caso de que hubiera algún candidato, de charlar un rato. Puse pesca, ya que no llevaba nada; solo en medio de la gente, preguntaba si había no bautizados…De sentirme raro y temeroso, me fui transformando por la reacción de la gente, y broto la alegría..lo lúdico... y algunos me decían "ehh que pensás, no solo bautismo...también comunión y confirmación !!!  "sorry, con esas sonrisas, como pude preguntarles esto", les respondía…y de ahí en más, todo lo que se les ocurra…es la onda del peregrino !!!

  Y al rato…zaas…se acercaron dos amigas y una me  dice…"yo me quiero bautizar"…Guauuu, me dije, y ahora? …y sí…sucede lo que ustedes se imaginan…comenzamos a caminar y a charlar como si me fuera habitual…luego la llegada a la carpa, la participación del bautismo, guitarras, cantos y aplausos seguían acompañando a los nuevos cristianos,  ante el asombro de algunos peregrinos que también se detenían y participaban. Una verdadera fiesta.

Luego vuelta a partir y pescar. Fueron dos más, Graciela y Aarón, cada uno con su sorpresa, su historia, su momento bautismal  y… sus sonrisas y abrazos.
Me quedó para el final, aquel que vi venir  solo, de mediana edad, sin nombre para mí, que al acercarme e invitarlo me dijo "no". No estaba bautizado, era peregrino y no lo deseaba. Nuevamente….guauuu !!!  Camino unos metros…y me lo confirma, "solo quiero llegar".

 Lo vi alejarse…pensé en María, la Madre de todos,… en los tiempos y caminos de Dios para cada uno.

Tocaba ya partir…en un rato llegarían Ninu y Maria Eugenia … entonces  me deje llevar por la corriente peregrina, hasta encontrar el auto.

Y pensé… gracias a Dios, a veces nos pasan cosas!

Marcelo

Movimiento Soledad Mariana

"Soledad Mariana" es un Movimiento de espiritualidad mariana y contemplativa, fundado en la Argentina en 1973, por el monje trapense Bernardo Olivera, actual Abad del Monasterio Nuestra Señora de los Ángeles de Azul, provincia de Buenos Aires.