Durante las celebraciones de la Navidad , el centro de nuestra atención ha sido el Niño-Dios, el Verbo que se hizo hombre, y habitó entre nosotros, el Emmanuel, Dios con nosotros. Cuando aparece un niño, tiene que haber una madre. En esta solemnidad de hoy, nuestros ojos se fijan principalmente en María, la Madre de Jesús, el Salvador.
A mi me encanta que el primer día del año sea la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Su amor maternal y su compañía se extienden a todos los días del año. Siendo la Madre del Verbo encarnado, es también Madre de la nueva humanidad redimida por su Hijo, Jesucristo.
Todas las Iglesias de nuestra Orden y todos los monjes y las monjas están consagrados a la Bienaventurada Virgen María. Ella es madre nuestra. Una madre siempre cuida, protege y quiere lo mejor para sus hijos e hijas. Bajo su amparo, caminaremos seguros.
Para nosotros, María es, la Madre y compañera de nuestra lectio divina. Ella "conservaba todo en su corazón." La santísima Virgen es una fuente inagotable para acordar y penetrar el significado de la gran obra de salvación realizado en su Hijo Jesús. El Padre Von Baltasar tiene un precioso y bello comentario: "Ella conoce hasta lo más profundo todos los acontecimientos y fiestas que nosotros celebramos a lo largo del Año Litúrgico. Este es también el sentido del rosario: los misterios de Cristo deben contemplarse y venerarse con los ojos y el corazón de María para poder entenderlos en toda su amplitud y profundidad, en la medida que esto nos es posible. La veneración y la festividad del corazón de María no tienen nada de sentimental, sino que conducen a esta fuente inagotable de comprensión de todos los misterios salvíficos de Dios, que afectan a todo el mundo y a cada uno de nosotros en particular."
La fe de María estaba más allá de cualquier vacilación; aunque no entendía, confiaba, esperaba. A ella le correspondía descubrir lentamente, y muchas veces, penosamente los caminos de salvación.
En la segunda lectura, San Pablo nos recuerda que "cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, el cual nació de una mujer y fue sometido a la Ley , con el fin de rescatar a los que estaban sometidos a la Ley." El tema de María como la nueva Eva, la Madre de todos los vivos, fue graficado en una tarjeta de Navidad que recibí, hace unos años, de nuestras hermanas de Mississippi. Este texto fue escrito por una hermana. En ello, María se dirige a Eva: "Madre mía, hija mía, fuente de vida, Eva; no te avergüenzas, no llores; lo pasado ya pasó; nuestro Dios nos ha conducido a un nuevo día. Ve, estoy esperando un Niño; por Él todo será reconciliado. Oh Eva, hermana mía, amiga mía, vamos a regocijarnos juntas para siempre; ¡Vida sin termino!"
En realidad, Jesús vino para salvarnos y María, con todo su ser de madre, coopera con su misión. El Hijo de Dios emergió desde dentro de la historia, como un hombre cualquier, cargando sobre sí todas las consecuencias del pecado de Adán: "nacido de una mujer, nacido bajo la ley." El paso que la humanidad tiene que dar desde la situación servil a la situación filial tiene que realizarse en Cristo. Por eso, Cristo se sumerge totalmente en la historia humana, identificándose con ella plenamente. Es circuncidado como signo de pertenecer a la comunidad sagrada de Israel y heredero de las promesas hechas a Abrahán.
Es muy agraciado empezar el nuevo año civil bajo el amparo de María. En esta Eucaristía demos gracias a Dios por su gran bondad y ternura en manifestar a nosotros su misericordia a través de Jesús, nuestro salvador. Nos ha mostrado su rostro a través de Jesús, Hijo de María.
1ro. de enero 2010
Homilía del Padre Jorge, ocso.