Doña Julia.
La casa
bajando la ruta, antigua construcción del siglo pasado, apariencia y luego
certeza de hostería abandonada.
Doña
julia aparece precedida por sus perros, que tienen fama de malos, pero son solo
unos cachorros flacos, y con índices de sarna.
Ladran
Sancho.!!! Y como si nos fueran a comer, pero la presencia y la voz de Doña
Julia hacen que se aparten y nos dejen bajar.
Me
presento y nos presento. Y ante el asombro de las tres misioneras,( dos, mas
parientes de Sancho que de Quijote y una tercera, que bien podría ser la
hermana del andante caballero manchego) nos invita a pasar.
Está
regando un mustio jardín, los perros se tienden entre los pastos amarillos y
las retamas crecidas sin control.
La
entrada a la hostería-casa de doña Julia, es acogedora, muchas plantas crecen
allí y en el pasillo. Dan muestra de cuidado, aunque no obsesivo.
Entramos
a la cocina, la cual para sorpresa de nuestro olfato, no tiene olor a comida,
sino a gatos, muuuchos gatos han pasado por aquí y seguramente viven aquí.
A la
vista solo dos, huraños y sombríos, con pocas muestras de afecto, (para el que
no conoce de gatos, los felinos caseros son buscadores de cariño y además de
restregarse entre las piernas del visitante, suelen subirse a las faldas). La
cocina esta fresca y parece que en uso, la muestra de color, la pone una
frutera con frutas frescas y apetecibles. El televisor prendido, da noticias de
un gato que salvó a un bebe y cosas así. (como si estuviera programado para
quien lo mira, jaja).
No para
de hablar, creo que el primer bocadillo, fue la presentación y el último, alguna
pregunta sobre lo que nos dejó preguntar, en medio de una catarata de palabras
que salen de su boca como si fuera un torrente bajando de la montaña…(otra que
el “Manso” que de manso no tiene nada.)
Doña
julia habla mucho, necesita hacerlo y encuentra en estas tres misioneras ávidas
de escucha, un buen receptor.
Mi
corazón se hace esponja y mis ojos no alcanzan para recorrer cada detalle, los
palitos (ramas pequeñas y delgadas) sobre la mesa, como un atadito de leña en
diminuto formato. Parecen preparados para una artesanía, como quien hará un
apoya pava o algo así.
Unos
leños gruesos debajo de la mesada-isla, donde estamos sentadas, en
desvencijadas sillas,( ella permanece parada). Mueve sus manos, y habla,
mientras los dos gatos la miran como al descuido, desde un hueco debajo de la cocina a leña.
Doña
Julia nos cuenta, de su pensión-jubilación, de su enfermedad y de los costos de
sus remedios, de su familia en Belgrano (capital federal), de Pami y de su hostería,
hoy sin uso, aunque sirvió para recibir amigos en Navidad. Nos cuenta como los
recibió y lo bien que la pasaron, que reparten los gastos y ella cocina cosas
ricas.
No
falta la pregunta de Tere que quiere la receta de strudell y ella que nos
relata con gestos y ganas como hacerlo. Ya mi boca se hace agua y la mujer
andrajosa que esta frente a nosotras se convierte en la pastelera de mis
sueños. Dulces esquicitos salen de su boca, de sus manos y de sus ojos. ( igual
no deja de preocuparme el olor a gatos en tanta comida) nos acerca un frasco
con mezcla de especias, huele muy bien.
Y nos
promete una tarta para las patronales, dice… que no estará ese día, que la
busquemos. (supongo que a las tres se nos ilumina la mirada).
Nos
invita a subir, confieso que es tenebrosa la escalera, pero parece que subimos
por la de servicio, sí, eso es, da al medio del estar, un salón grande que
hacia sus lados tiene habitaciones, en un ala, varias (que recorremos)
vestidas, humildemente, pero parece ya otro lugar, como quien se mete en un
relato de los años 50. Los pisos de madera lustrada, crujen a nuestro paso. Camas
vestidas a tono con las cortinas y baños para las habitaciones, limpios y
sencillos. Saliendo nos dirá que el otro ala, no está lista para usar, (de
lejos se ven unos armazones de cama y la claridad que entra por una ventana que
da a las inmensas montañas)… Es sola y tiene mucho trabajo.
Nunca
supimos por qué no se usa, o por qué está ahí, si su familia está tan lejos…
Si
sabemos de su afecto, en la despedida, en la oferta de un “algo para tomar”
varias veces y su abrazo sentido al dejarnos partir…supongo habría hablado mil
horas más.
Pasados
los días cumplirá con su promesa de una tarta para las patronales, muy rica y
sin gusto a gatos, pero sí con una mano y don que seguro tiene desde hace
muchos años. Dejamos a cambio un rosario, una tarjeta y un angelito blanco,
hecho por los niños de la catequesis, pequeños y tiernos regalos, que hicieron
brillar sus ojos.
Nos
prometimos volver. Dios nos dirá si tiene preparado, este regalo para nuestras
almas.