Prefacio
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, y glorificarte como es debido en esta celebración de la Virgen María.
Ella, al aceptar tu Palabra con su corazón inmaculado, mereció concebirla en su seno virginal y, al dar a luz a su propio Creador, preparó el nacimiento de la Iglesia.
Ella, aceptando junto a la cruz el testamento del amor divino, adoptó como hijos a todos los hombres nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo.
Ella, unida a los Apóstoles en espera del Espíritu Santo prometido, asoció su oración a la de los discípulos y se convirtió en modelo de la Iglesia orante.
Elevada a la gloria de los cielos, acompaña a la Iglesia peregrina con amor maternal y con bondar protege sus pasos hacia la patria del cielo, hasta que llegue el día glorioso del Señor.